¡¡¡Comemos y descansamos, comemos y descansamos!!!

Resultó que llegaron las vacaciones y recién vengo a descubrir que los primos de Farid habían descubierto una verdad trascendental.
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Una vez, Farid -un antiguo compañero de Ingeniería- contó que sus primos (gorditos sabios) habían pasado tooooooooda una tarde de sus vacaciones en el buffet del Gatsby. Para horror de su dueño y desconsuelo de su bolsillo empresarial, los nenes estuvieron COMIENDO todo el santo día. De puro aburridos. Ante el estupor causado por la capacidad ilimitada de sus respectivos estómagos, tuvieron que explicar. "Es sólo técnicaaaaaaa!!!!!!!!", como diría Tony Little en sus infomerciales del Ab-starter (o como cresta se llamara ese aparatito que hipotéticamente era capaz de convertir a un montón de grasa en un adonis de torso perfecto en dos semanas, as if!!!). Lo que pasaba era que los bebés tenían una estrategia de deglución perfecta: comer y descansar.
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Tal cual. Lo peor de todo es que dicho approach alimenticio me quedó dando vueltas en la cabeza, porque por Dios que es entretenido. Mala cosa cuando tienes hipotiroidismo y tu metabolismo no te acompaña todo lo que debiera. Claro, una es niña y vanidosa, por lo mismo trata de cuidarse con las comidas (énfasis en el "trata")... pero hay que reconocer que mi vida, y sobre todo mis mañanas, son una oda a la marmota. Pero qué mejor delicia que despertar tarde, digamos tipín hora de almuerzo, y comer en camita viendo tele... ¡¡¡el paraiso!!!
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Para colmo de males, ahora además tengo tiempo para hacerlo... tengo tanto tiempo que puedo darme el lujo de dormir siesta para hacer hora antes del té de las 5. Si sumo a mi "síndrome vacacional" mi eterna repulsión a las dietas, el resultado es nefasto.
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Hasta hace un rato, era feliz con mi vida despreocupada. Y entonces, vaya una a saber por qué, me imaginé muy sentada en el Gatsby, con los primos de Farid (a quienes no conozco, pero me los imagino con una claridad aterradora), fumando después del mega-ultra-hiper-all-inclusive desayuno. Fumando para bajar la comida y para pasar el rato mientras llega el almuerzo. Y me invadió un terror de muerte. ¡Yo no quiero ir por la vida recitando eso de "comemos y descansamos"! La sola idea de que dicha frase se convierta en una especie de mantra veraniego al cual invocar delante de cada mesa bien servida que se cruce en mi camino entre diciembre y marzo me da pavor. Claro que, en mi caso, el problema no está tanto en el "comemos" como en el "descansamos".
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Ahí radica mi principal problema. Maldito Newton que me explicó el principio de inercia y no me dijo cómo solucionarlo. Pero la sola idea de tener que moverme con el calor espantoso que abrasa esta ciudad me da urticaria. Y entre moverme y rascarme la urticaria en forma simultánea, y quedarme quietecita disfrutando de la levísima brisa que entra por mi ventana, mi opción es lejos la segunda. Más cuando pienso que, por estos días, la mitad de la población capitalina anda histérica comprando regalos. Me encantan los regalos, me gusta la navidad, pero la sola perspectiva de compartir mi espacio vital con hordas de energúmenos en busca del mejor regalo al mejor precio me cansa. La idea es, por lo tanto, encontrar formas mejores de ocupar mi tiempo que mirar fijamente el techo sin tener que lidiar con la realidad externa a mi departamento.
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¿Entonces? No pienso caer en el cinismo del "haré deporte", porque odio los gimnasios. Nada en contra de los deportistas, pero cada vez que lo he intentado y he mirado a mi alrededor, no puedo evitar reirme. Claro, porque me doy cuenta que la única razón por la cual algunos de mis compañeros de tortura aprendieron matemáticas fue para calcular su índice de masa corporal... y la cantidad de suplementos alimenticios que deben consumir a diario para llenarse de músculos en tiempo récord. No way.
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Leer sería una buena opción si no fuera porque ya me he leido al menos 8 veces cada libro que poseo, y no son pocos. Pero hasta "El médico", mi regalón, me tiene chata. Bibliometro fue mi salvación durante el mes pasado (en los minúsculos ratos de ocio que tuve), pero me da una lata tener que ir, hablar con el guardia de turno y entrar con escolta al andén norte... porque son tan, pero tan re pillos que pusieron el stand de libros DENTRO de la estación, entonces, si no viajas, no puedes sacar libros. Entonces, hay que poner la mejor cara de idiota indefensa y empezar con una rutina que, adivino, todo el personal de seguridad de la estación Los Héroes sabrá de memoria de aquí a marzo: "¡¡¡le juro que no me quiero colar, yo sólo quiero leer!!!". No dudo de la buena voluntad de los guardias, pero ese ballet diario de tener que dejarles el pase escolar o el carnet, y que me acompañen para verificar que efectivamente mi objetivo no es pasarme de lista, es joda. Claro que con los "apoteósicos" índices de lectoría de este país, es como para que me miren raro...
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La tele no me acompaña. Como todos los años, parece que los ejecutivos de los canales piensan que la gente mágicamente se vuelve tonta en el período estival, y programan puras estupideces. Tampoco pretendo que den documentales todos los días, aunque me encantan (soy la fan número 1 de "La cultura entretenida"), pero la alternativa de pasar mis tardes viendo las intrincadas reflexiones metafísicas de "Los Venegas" o analizando el uso de la estructura dramática tras cada caso de "Laura en América" o "Sala de parejas" es francamente desoladora. Tampoco tengo cable (snif) y la temporada de F1 se acabó en octubre...
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He pensado en todo. Torneos caseros de canasta con mis abuelos, sesiones intensivas de caminar en círculos (con especialización en desplazamiento ovoidal), un seminario de "Introducción al reggeton", recitales de tap, clases de macramé... hasta he considerado seriamente la opción de irme de carrete al Salamurano!!! Pero no encuentro nada que supere a la ancestral sabiduría de los gordis antes citados. No hay caso, ¡es terrible! Así como van las cosas, parece que voy a terminar en el Gatsby... comiendo y, sobre todo, descansando.